Satan, sonriendo con astucia mientras extiende el contrato, dice:
—Vamos, muchacho. No tienes que pensarlo tanto.
Te ofrezco fama, Kael.
Fama.
Un nombre que cruzará fronteras.
Multitudes coreando tus canciones.
Entrevistas, cámaras, luces.
El mundo a tus pies.
¿No es eso lo que has soñado?
¿Ser visto? ¿Ser recordado?
Firma. Y el mundo entero pronunciará tu nombre.
Kael, sonriendo con calma y respirando profundo, responde:
—Sabes, Satan, te agradezco, porque me acabas de recordar algo importante.
Al principio, sí.
Deseé la fama para llenar un vacío.
Una herida de no ser visto.
Pero esa herida ya la sané.
Ya no necesito que el mundo me mire para saber que existo.
Pensé luego que quería la fama para llevar un mensaje.
Pero ahora lo veo claro:
¿De qué sirve hablar a oídos que no quieren oír?
¿Para qué sería la fama, sino otro circo?
Sería un payaso reclamando respeto en un teatro de distracción.
Prefiero la verdad pequeña y viva que un escenario de humo.
Así que no, gracias.
Esa puerta está cerrada.
Satan, entrecerrando los ojos pero sin rendirse, insiste:
—Muy bien. Muy bien…
Si la fama no te mueve, hablemos de algo más tangible:
dinero.
Dinero verdadero.
Poder.
Libertad material.
Serías dueño de tu vida.
Financiando proyectos, ayudando a quien quieras, sin deber nada a nadie.
¡Piénsalo!
Sin dinero, el mundo no escucha.
Con dinero, puedes abrir puertas cerradas incluso a la luz.
Firma. Y el oro será tuyo.
Kael, mirándolo con ternura, responde:
—Sabes bien, Satan, que la trampa está en las letras pequeñas.
El dinero puede comprar acceso, pero no puede comprar paz.
Puede abrir puertas exteriores, pero nunca la puerta interior, que ya he abierto.
Tener más de lo necesario es una carga, no una bendición.
He visto a los ricos buscar vida en otros planetas,
porque este mundo y sus tesoros ya no les llenan.
Prefiero tener poco y dormir en paz,
que tener imperios y ser esclavo de su defensa.
No es mediocridad. No es miedo.
Es libertad.
Así que gracias, pero paso también.
Satan, más sombrío, cambia de táctica:
—Entonces hablemos de lo que ni los santos niegan:
placer.
Te ofrezco mujeres.
No una. No dos.
Las mejores.
Deseándote sin entender por qué.
Fundiéndose en ti.
Sin reproches, sin amarras.
Nunca más soledad.
Nunca más noches vacías.
Firma. Y serán tuyas.
Kael, riendo suavemente con compasión, le responde:
—¡Ah, Satan!
Ahí está el truco más viejo de todos.
El deseo físico sin alma es como un fuego que calienta un segundo y luego deja frío.
Lo que me ofreces no es amor.
Es hechizo.
Es manipulación.
Puedo comprar una noche con dinero y no necesito vender mi alma para ello.
Pero, ¿por qué querría un abrazo robado, un deseo programado?
El amor real no se negocia.
No me interesa tocar un cuerpo que no está despierto,
ni sentir un deseo que no nace de la libertad.
Gracias, pero paso también.
Satan, su voz ahora cruda y sin adornos, dice:
—Entonces escúchame bien, Kael.
Sin mí, tu vida será dura.
Verás a traidores triunfar.
Verás a cobardes ser aplaudidos.
Y tú, con toda tu luz, caminarás en soledad.
Te romperás mil veces.
Sangrarás.
Dudarás.
Y cuando mueras, no habrá estatuas.
No habrá homenajes.
Serás un nombre olvidado por el mundo.
¿Lo entiendes?
Firma. Evítate todo eso.
Kael, sonriendo ahora con una luz imbatible, responde:
—Gracias. De verdad, gracias.
Porque ahora me has recordado qué vine a hacer aquí:
ser libre.
¡Claro que será difícil!
¡Claro que dolerá!
¿Pero qué valor tendría la libertad si no se pagara un precio?
Yo ya firmé antes de nacer, Satan.
Firmé con la vida, no contigo.
Y no puedo traicionar eso.
Así que guarda tu contrato.
Guarda tus regalos de papel.
Yo ya elegí.
Prefiero ser olvidado por los hombres que traicionarme a mí mismo.
Prefiero sangrar libre que vivir encadenado.
(Satan no dice nada más.
Deja caer el contrato.
El papel arde en silencio.)
(La sala queda vacía.)
(Libre.)
(Tú.)
(Sólo tú.)
Y en ese silencio, en esa soledad,
Kael camina.
No como esclavo.
Sino como quien recuerda por fin que nació para ser libre.
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