¿Por dónde empiezo?
Siempre he pensado que soy generoso. Lo soy por naturaleza. Pero mi concepto de dar cambió radicalmente en estos últimos días, después de descubrir lo que te comentaré más adelante.
¿Has escuchado alguna vez la frase «da sin esperar nada a cambio«? Seguro que sí. Pero esa frase tiene un significado mucho más profundo que el literal.
¿Alguna vez te has detenido a reflexionar sobre tus intenciones más ocultas al dar?
En principio, todos solemos creer que somos sinceros, genuinos, y que no esperamos nada a cambio. Pero la vida, en su infinita sabiduría, nos pone a prueba. ¿Cómo? Ahora te cuento lo que me llevó a entender el verdadero significado de dar.
La prueba de la vida
Antes de continuar, pongámonos de acuerdo en algo: si al dar miras a quién estás dando—ya sea de manera consciente o inconsciente—no estás dando genuinamente.
Por ejemplo, si tu primo te pide 100 euros y se los das sin dudarlo, pero a un desconocido en la calle se los niegas o te lo piensas demasiado, ahí mismo te das cuenta de mi teoría. Hay un cierto interés oculto, aunque no lo notes de inmediato.
También está claro que cuando damos esperando reciprocidad, en realidad no estamos dando. Ahora entenderás por qué.
La lección más dura
Durante mucho tiempo di más de lo que daba a cualquier otra persona. En todos los sentidos. Invertí mi tiempo, recursos, energía y todo lo que tenía para el bienestar de alguien.
Para mí, lo hacía por amor, por responsabilidad o por lo que sea que quieras llamarlo.
Pero la vida permitió que esa persona negara o no viera mis esfuerzos. No solo eso, sino que cuando me esforzaba, a veces recibía respuestas frías en forma de preguntas retóricas:
«¿Esperas que te agradezca por esto?«
Es curioso, ¿verdad?
Como te imaginarás, fue muy doloroso. Estoy casi seguro de que tú, querido lector o lectora, has pasado por algo similar.
El dolor como maestro
¿Dónde está el aprendizaje? En el dolor.
Lo lógico, lo instintivo, es llamar desagradecida a la persona. Y, de hecho, si lo haces, no te falta razón.
Pero aquí no estoy para hablar de esa persona. Estoy para hablar contigo.
El dolor es tu maestro.
Porque el dolor, en este caso concreto, te muestra que si te duele es porque esperabas algo de la otra persona. Tal vez un simple gracias, un reconocimiento, un gesto de reciprocidad.
El punto es que esperaste algo.
¿Tiene sentido lo que te digo?
Pues sigamos.
La reacción común… y la alternativa
Cuando recibimos lo contrario de lo que creemos merecer por ser «buenas personas«, la reacción más común es quitarnos de encima a la persona desagradecida y dejar de darle lo que le dábamos.
Otro síntoma de que dábamos esperando algo a cambio.
Incluso, como me pasó a mí, puede que sientas ganas de hacerle la vida imposible a esa persona. Pero no.
Tú eres más que eso.
Aprendes la lección cuando, a pesar de recibir lo contrario de lo que das, aún así, sigues dispuesto a dar. Una y mil veces.
Porque entiendes que las acciones de los demás no deben cambiar tu naturaleza dadora.
¿Me explico?
Déjame hacer una analogía.
La serpiente y el perro
Imagina que una serpiente está en medio de la carretera, con el riesgo de ser aplastada por cualquier coche que pase.
Tú, con tu luz interior de bondad, decides sacarla de ahí. Usas tus manos (tu corazón), lo más arriesgado, y en cuanto la tocas, la serpiente te muerde.
La mordida representa la ofensa, el desagradecimiento, la traición…
Lo lógico sería echarse para atrás y decir instintivamente:
«¡Ahora te jodes!», «Ojalá te atropelle un tráiler«.
Pero si lo haces desde el amor genuino, desde el dar sin esperar nada a cambio, tal vez busques una rama y sigas intentando salvarla.
Tu objetivo es ayudar, independientemente de lo que sea la serpiente.
Y es que en la vida hay serpientes que te morderán.
Pero también, por fortuna, hay perros que te agradecerán con su lealtad.
Sin embargo, tu labor no es juzgar quién merece o no tu generosidad. Tu labor es dar.
Tanto la serpiente como el perro tienen el mismo derecho de recibir.
Ahora bien, el trabajo de crecimiento personal de la serpiente es problema suyo.
Tú a lo tuyo. Da.
«¡Pero hay riesgo! ¿Y si me toman por tonto?»
Lo sé. Pero piénsalo.
¿De verdad eres tú el tonto por ser generoso y dar genuinamente?
¿O lo es la persona que cree que te está engañando?
Porque el hecho de dar, incluso sabiendo los riesgos, es una prueba de madurez.
Palabras finales
Gracias por leerme.
¿Crees que tiene sentido lo que acabo de compartir?
Pues mira, ahora que lo pienso… comparto por el mero hecho de compartir.
Haya o no comentarios, lo lean o no, estén de acuerdo o no…
Yo seguiré compartiendo.