El suicidio (opino que es ley de vida)

¿Y si el suicidio no es tan malo?

Antes de desarrollar mi reflexión sobre este tema, quiero dejar algo en claro: esto es solo un ensayo, no una verdad absoluta. No pretendo incentivar el acto ni ignorar el dolor de quienes han perdido a un ser querido por causa del suicidio.

Dicho esto, empecemos.

Siempre he sostenido la idea de que el significado de las cosas lo damos nosotros. Lo que es bueno en una cultura, puede ser malo en otra. Por ejemplo, el contacto visual prolongado: en culturas occidentales (EE.UU., Europa) se percibe como señal de confianza, honestidad y respeto, mientras que en culturas asiáticas puede interpretarse como un gesto irrespetuoso o desafiante. Podría dar más ejemplos, pero como comprenderás, no tengo todo el día.

Es cierto que el suicidio es mal visto en prácticamente todas las sociedades, hasta donde sé. Por eso, inevitablemente me hago la pregunta clásica: ¿Y si no es tan malo como lo pintamos?

Está claro que somos seres infinitamente limitados. No conocemos ni entendemos ni siquiera el 1% de toda la realidad objetiva. También es cierto que existen algunas «verdades» absolutas, indiscutibles, como la gravedad. Pero, ¿acaso nuestras conclusiones sobre la realidad son realmente confiables?

Desde esta perspectiva, nuestra visión del mundo está sesgada por una comprensión mínima de la realidad. Todo lo que afirmamos sobre fenómenos como el suicidio no deja de ser una construcción que nos ayuda a llenar vacíos o a sentir que tenemos cierto control sobre nuestras vidas. Es, en el fondo, un intento desesperado de aplacar el miedo a no saber por qué estamos aquí o qué hacemos aquí.

Siguiendo la ley del equilibrio: si existen presas, deben existir depredadores. Si existe la muerte, la gente debe morir, sin importar la forma. Este ciclo, nos guste o no, mantiene el supuesto equilibrio del mundo.

¿No nos gusta la manera en que sucede?

Ese es otro tema. El problema es que Bill Gates aún no ha creado un programa que controle cómo y cuándo morirá la gente, permitiéndonos elegir quién se va y de qué manera.

Es decir, todos los días nacen personas y todos los días alguien debe morir. ¿Suena frío? Tal vez. Pero no estás aquí para que te adorne la realidad, sino para confrontarte e incomodarte.

Otro punto a considerar es nuestro egoísmo frente a quienes deciden rendirse.

Resulta muy romántico pensar que interrumpimos a una persona que quiere quitarse la vida porque realmente nos preocupa su bienestar. Pero, si lo analizamos objetivamente, sin los lentes de la moral o la religión, esa persona tiene pleno derecho a hacerlo. En el fondo, intentamos detenerlos más por nosotros mismos que por ellos.

Psicológicamente, podríamos estar proyectando nuestros propios miedos a la muerte o al dolor. Quizás pensamos en lo que representan para nosotros, en cómo nos hacen sentir o en lo que dejarán de aportarnos si se van. Al final, son razones más nuestras que suyas.

Intentar frenar a alguien presupone que sabemos qué es mejor para esa persona, que está equivocada y que su vida mejorará si sigue adelante. ¿No es acaso un acto de ego descomunal pensar de esa manera?

Posdata: Sé que existen muchos factores externos que pueden inducir al autolesionamiento o al suicidio, y que muchas personas necesitan ayuda médica. No por el simple hecho de salvarlas, sino porque considero justo que puedan tomar la decisión desde un juicio sano, equilibrado y bien informado.

También entiendo la labor social de proteger vidas, aunque esa tarea parece más propia de un ser superior, como Superman (el de Christopher Reeve, claro está).

Una analogía:

Imaginemos el suicidio como un matrimonio en el que una persona quiere irse y la otra quiere que se quede. Lo ideal sería aceptar la realidad: esto no significa que la persona «abandonada» no deba explicar sus razones o conocer los motivos de la otra, pero si aun así insiste en irse, la madurez consistiría en ayudarle a hacer las maletas desde el amor genuino, sin rencores.

Deberíamos adoptar un papel más observador frente a la vida. No juzgar.

Un mundo platónico, según mi reflexión:

Imaginemos una institución para quienes desean suicidarse. Esta institución contaría con varios departamentos por los que el individuo debería pasar antes de tomar una decisión definitiva.

  1. Departamento de Psicología: Un espacio sin juicios, donde el individuo pueda desahogarse y entender sus verdaderas motivaciones.
  2. Departamento de Despedida: Se facilitarían mensajes a los seres queridos, llamadas o encuentros para una despedida adecuada.
  3. Departamento de Reflexión: Donde se le presentarían posibles beneficios de continuar con vida o soluciones alternativas.
  4. Departamento de Cuarentena (no confundir con prisión): Un periodo en el que la persona podría recrear, según su concepto, lo que es «disfrutar la vida», sin dañar a otros.
  5. Departamento «ADIÓS»: Si, después de todo, el individuo sigue decidido, se le ofrecerían dos opciones: suicidio asistido o eutanasia (una muerte digna y sin sufrimiento). En caso de optar por la eutanasia, los familiares podrían estar presentes; en el suicidio, no.

Cada departamento contaría con un letrero que diría:

«Te apoyamos en tu decisión. Podemos tener otra visión, pero tú tienes la última palabra.»

Estas instituciones estarían conformadas por auténticos profesionales, con la empatía de un sacerdote católico, pero con la ejecución fría de un militar.

Cierro con mi modelo platónico, ¿agregarías otro departamento a esta institución?

Somos libres. Nuestra libertad no debería consistir en coartar la de los demás.

Reitero: este es solo un ejercicio reflexivo que comparto, confiando en que mis lectores tienen la madurez intelectual y emocional para debatirlo sin prejuicios.

Mis disculpas si he herido sensibilidades. Espero que el debate esté sobre la mesa y que nos enfoquemos menos en querer controlar lo incontrolable.

Gracias por leer. Déjame tu opinión si lo deseas en la caja de comentarios de este post. Que Dios te bendiga.

2 comentarios en “El suicidio (opino que es ley de vida)”

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