La racionalización: el mayor virus de la modernidad

Vivimos en una era donde la racionalización se ha convertido en un hábito tan natural que la mayoría de las personas la practican sin siquiera darse cuenta. Pero este fenómeno no es inofensivo; al contrario, es un virus silencioso que contamina nuestras decisiones, nos aleja de la verdad y nos impide crecer como individuos y como sociedad. El problema más grande es que muchas personas racionalizan sin saber lo que realmente significa la racionalización. Se trata del acto de justificar de manera lógica aquello que, en esencia, puede ser emocional, irracional o incluso incorrecto. Y cuando racionalizamos sin ser conscientes de que lo hacemos, nos adentramos en un peligro aún mayor: el autoengaño.

El autoengaño y la validación social

La racionalización se convierte en un problema grave cuando la combinamos con otro mal social: la falta de sinceridad. Muchas personas tienen la capacidad, consciente o inconsciente, de mentirse a sí mismas, y aquí es donde el peligro se vuelve aún más profundo. Si una persona no es capaz de ser honesta consigo misma sobre sus actos y, además, utiliza la racionalización para justificar sus errores, entonces no solo se está engañando, sino que también pone en riesgo a quienes la rodean.

El problema se agrava cuando entendemos que la sociedad está plagada de este virus. Como la mayoría de las personas están contagiadas con el hábito de racionalizar, terminan validando las racionalizaciones de los demás. Es decir, en lugar de cuestionar y ayudar a otros a salir de sus justificaciones, los refuerzan porque también carecen de herramientas para reconocer el problema. Esto crea un círculo vicioso donde las personas se refuerzan mutuamente en sus autoengaños, lo que impide el crecimiento personal y la posibilidad de cambios reales tanto a nivel individual como colectivo.

La racionalización como algoritmo de autoengaño

Para entender mejor cómo funciona este virus, podemos compararlo con un algoritmo. Cada vez que racionalizamos una acción y nos la creemos, el virus se fortalece. Y, dado que psicológicamente tendemos a rodearnos de personas afines a nosotros, terminamos eligiendo amistades y círculos que validen nuestras racionalizaciones. Así, el virus se vuelve más sofisticado, más fuerte, y nos volvemos expertos en justificar lo que hacemos, hasta el punto en que perdemos o nos alejamos de nuestra verdadera identidad.

Ejemplo en la cultura pop y la pseudoeducación

Uno de los mayores ejemplos de cómo la racionalización se ha infiltrado en la sociedad es la cultura del entretenimiento y la pseudoeducación. Mensajes como «Sé tú mismo» o «Haz lo que sientas» se han convertido en dogmas modernos. Si una persona siente que ya no le gusta su trabajo, su pareja o su estilo de vida, se le vende la idea de que simplemente debe hacer lo que siente sin considerar las consecuencias.

La racionalización aparece en este punto como una herramienta para evitar la incomodidad. En lugar de asumir la responsabilidad de nuestras decisiones y enfrentar el dolor que puedan generar, justificamos nuestros actos con frases como «Es que ya no siento lo mismo» o «Es que esto no me hace feliz». Pero si realmente fuéramos conscientes, lo primero que haríamos sería reconocer que no somos nuestras emociones pasajeras. Muchas veces tomamos decisiones basadas en impulsos momentáneos—como la lujuria, el enojo o la frustración—y cuando esas decisiones generan culpa o conflicto, usamos la racionalización para lavarlas y hacerlas aceptables.

La cultura pop, las redes sociales y ciertos movimientos ideológicos refuerzan este comportamiento. Nos venden racionalizaciones baratas que no surgen de una introspección real, sino de frases repetidas sin análisis profundo. De esta manera, la racionalización se convierte en un producto de consumo masivo, diseñado para hacernos sentir cómodos con nuestras decisiones sin cuestionarnos demasiado.

Ejemplo en la política: el populismo como racionalización colectiva

La racionalización también tiene un impacto enorme en la política, especialmente en el populismo. Un claro ejemplo es la práctica de regalar dinero a la población como estrategia electoral. A nivel superficial, esta acción se justifica con la racionalización de que «la gente necesita dinero para vivir bien». Pero rara vez se habla de las consecuencias económicas reales de estas políticas.

La realidad es que la impresión de dinero sin respaldo genera inflación y afecta a largo plazo la economía de un país. Sin embargo, muchos ciudadanos, al no tener conocimientos financieros, aceptan estas medidas sin cuestionarlas, porque la racionalización ha hecho que se vean como actos de «justicia social».

Aquí la racionalización no solo opera en el ciudadano, sino también en el político. Los líderes saben que estas medidas no son sostenibles, pero las justifican para mantenerse en el poder. Es decir, usan la racionalización como una herramienta de manipulación, aprovechándose de una sociedad que ya está infectada con el virus del autoengaño.

Ejemplo en la religión: la racionalización como herramienta de control

En el ámbito religioso, la racionalización también ha jugado un papel crucial. En lugar de buscar la verdad y la conexión con lo divino, muchos líderes espirituales han racionalizado ciertos mensajes y conceptos para obtener beneficios personales o institucionales.

Textos sagrados son sacados de contexto y reinterpretados para justificar ciertos dogmas o reglas que convienen a quienes están en posiciones de poder. La racionalización permite humanizar la idea de Dios para hacerla más manipulable y más fácil de usar como herramienta de control. Así, la espiritualidad deja de ser una búsqueda de la verdad y se convierte en un sistema donde las personas siguen lo que se les dice sin cuestionar si están recibiendo una versión filtrada de la realidad.

La única solución: la autoconciencia

Ante este panorama, la única manera de combatir la racionalización es a través de la autoconciencia. Esto significa detenerse antes de tomar decisiones importantes y hacerse preguntas profundas:

¿Por qué estoy haciendo esto?

¿Cuál es la verdadera razón detrás de mi decisión?

¿Estoy buscando la verdad o solo quiero sentirme mejor con una justificación?

La racionalización es un virus que solo puede ser neutralizado si lo reconocemos y evitamos acercarnos a él. No hay forma de que la racionalización sea buena en sí misma; su única utilidad es que la conozcamos para poder evitar caer en su trampa.

Para alcanzar la verdadera libertad interna, debemos vencer la racionalización. Debemos verla como ese adversario que nos prueba constantemente, que nos desafía a ser responsables con nuestra vida. Y ahora que conocemos su mecanismo, ahora que entendemos cómo opera, tenemos el poder de tomar mejores decisiones y crecer como seres humanos.

Analogía final: la racionalización como lavado de dinero

Para ilustrar este punto, pensemos en la racionalización como un sistema de lavado de dinero. Supongamos que alguien tiene dinero obtenido de manera ilegal—dinero sucio. En este caso, ese dinero representaría nuestras acciones que sabemos que no son del todo buenas.

¿Cómo lo sabemos? Porque internamente tenemos un «reloj moral», una conciencia que nos alerta cuando algo no está bien. Sin embargo, en lugar de enfrentar la realidad, usamos la racionalización como una máquina para «lavar» nuestras acciones y hacerlas parecer aceptables ante los demás.

Las personas externas, al no conocer el proceso de «lavado», aceptan la versión limpia de la historia y validan nuestras decisiones. Pero, en el fondo, la verdad sigue siendo la misma: el dinero sigue siendo sucio.

El peligro es que, con el tiempo, podemos engañarnos tanto que terminamos creyendo nuestra propia mentira. Perdemos nuestra capacidad de escuchar nuestra conciencia y nos volvemos insensibles al autoengaño.

Por eso, es fundamental escuchar ese reloj interno ahora, antes de que sea demasiado tarde. No confundas la paz de la racionalización con la verdadera paz interior. Recuerda, siempre, que la racionalización es un virus, no es inteligencia.

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