La Traición como Catalizador: Reflexiones de la Vida Bíblica

Uy, me encantan las historias bíblicas. En ellas se encierran muchas lecciones de vida. Recuerdo que de pequeño tuve una Biblia ilustrada grande. Les prometo que era mi mayor tesoro. La amaba con mi vida. Esa Biblia era mi único juguete y, a diferencia de otros, para entender su funcionamiento no necesitaba desarmarla físicamente como hice con todos mis otros juguetes.

La Biblia tiene una particularidad: mientras más creces, más sentido cobran sus relatos. Entiendes mejor su profundidad y, de una sola historia, podrías sacar mil reflexiones.

En este caso, hablaré sobre la traición, pero no mirándola desde su connotación negativa convencional, sino como un escalón clave para llegar al éxito.

Hablemos de José (Génesis 37-50)

¿Habría sido gobernador de una de las potencias de su tiempo sin haber sido traicionado?

José amaba a sus hermanos, a pesar de que estos lo lanzaron a un pozo y luego lo vendieron como esclavo. Me imagino su cara de confusión, su sentimiento de: «¿Por qué me hacen esto mis hermanos? ¡Soy su hermano!»

Me imagino su inocencia sangrando tristeza profunda, preguntándose en reiteradas ocasiones: «¿Por qué?»

Sin embargo, esa traición fue necesaria para que él llegara a un sitio donde sí valoraban su inteligencia. Un sitio donde podía poner a prueba sus talentos.

¿Sabes qué es lo más curioso?

Que esa traición, ese dolor, lo transformó. Pasó de ser un joven inocente e ingenuo a un hombre poderoso y maduro, lo suficiente como para entender que sus hermanos actuaron desde la ceguera. Probablemente comprendió que la edad cronológica no siempre está ligada a la madurez mental y que, en realidad, él siempre fue el mayor. Se dio cuenta de que los verdaderos prisioneros eran ellos, no él: prisioneros de su envidia, de sus inseguridades, de sus propias cadenas mentales.

Sin embargo, José no dejó de amarlos. Eso sí, los puso a prueba para ver si habían aprendido la lección.

Esta es una de mis historias favoritas.

Hablemos de Jesús el Cristo

No pienso ir por el camino fácil y hablarte de Judas. Jajaja. Un minuto de silencio por mí, que siempre voy por donde la gente menos se lo espera. Creo que eso es lo que hace interesantes mis escritos.

Todos sabemos la historia de Judas, pero no me voy por ahí porque existen textos apócrifos que mencionan a Judas como un colaborador que siguió al pie de la letra los mandamientos en una conversación privada con Jesús, donde este le pidió que lo traicionara.

“Tú los superarás a todos ellos. Porque tú sacrificarás al hombre que me reviste” (Evangelio de Judas, 56-57).

Dicen las malas lenguas que Judas era incluso más cercano a Jesús que Juan, uno de los doce apóstoles.

En fin, en esos líos no me meto, que ya bastante tengo con buscar plata para pagar la renta del próximo mes.

Hablemos de Pedro.

Aunque Jesús se lo advirtió y sabía que pasaría, me imagino ese momento en el que Pedro niega conocer a Jesús con tal de salvar su piel, y Jesús lo mira. Todos sabemos o imaginamos lo que pasa por la mente de Pedro en ese instante.

Pero, ¿se han imaginado lo que pasó por la mente de Jesús?

Como humano, es duro. Aunque lo sepas con antelación, ver cómo uno de los tuyos te niega duele. Te lo pongo de esta forma: imagina que colocas una cámara oculta para escuchar una conversación de uno de tus mejores amigos cuando no estás cerca. ¿Qué esperas? ¿Que te defienda, que hable bien de ti, verdad?

Ahora imagina que, en lugar de eso, te critica. Que dice que está contigo solo por conveniencia, o que eres un tonto por tratarlo bien. Que se burla de ti, que ríe con gusto cuando te humillan. ¿Cómo te sentirías?

Pues me imagino a Jesús sintiendo eso en lo más profundo. Esa persona que gritaba que estaría con él hasta la muerte fue el primero en rajarse.

Los demás discípulos, desaparecidos.

Él tuvo que experimentar esa traición para ser glorificado después.

Del otro lado de la moneda, los traicioneros tuvieron que pasar por ahí para, tal vez, sentir culpa y convertirse en los principales voceros de su maestro. Pero no hablaré de ellos, porque este es el apartado de Jesús. Jajaja. Ya tendrán su chance en otro momento.

Hablemos de Pablo

Uno de mis personajes favoritos también. Ahora que lo pienso… Jajaja, todos los personajes principales son mis favoritos. ¿Será porque son principales? No sé, porque ahora que me acuerdo, soy fan de Jonatán, hijo de Saúl y mejor amigo de David. Su lealtad me ha impactado y marcado.

Pablo (Saulo de Tarso).

«Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica.»
2 Timoteo 4:10

Demas abandonó a Pablo en su momento más crítico. Pablo estaba en prisión en Roma. Sabía que su ejecución estaba cerca. Y justo en ese momento, Demas optó por irse a Tesalónica por comodidad o buscando seguridad.

¿Te imaginas?

Cuando todo iba bien, todos eran fieles. Sin embargo, en el momento en que Pablo más necesitaba apoyo emocional, la persona en quien confiaba se fue. Leer estas historias me duele. Me duele porque puedo imaginarme la tristeza con la que Pablo menciona esto en su carta a Timoteo.

Pero bueno, ¿qué será de Demas? No lo sabremos.

Porque, al parecer, los traicioneros no entran en la historia como héroes o como alguien que deje un legado, sino como herramientas catalizadoras del éxito del personaje principal.

¿Por qué estos personajes?

Es cierto que existen más traiciones en la Biblia, como la de Dalila a Sansón, la de Ahitofel a David o la de Orfa a Rut. Sin embargo, considero las de José, Jesús y Pablo las más representativas en el tiempo.

José (antes de Cristo).
Jesús (época de Cristo).
Pablo (después de Cristo).

Conclusión

Cuando miras estas historias desde esta perspectiva, aprendes lecciones valiosas. Si eres víctima de traición, puedes sonreír porque algo bueno viene. El dolor se hace más llevadero. Es una especie de guiño que te hace la vida para decirte que estás a punto de realizar algo grande, de ser transformado.

Y ahí está la clave: la transformación. La traición, como otros desafíos, revela lo que estaba oculto. Te despoja de la inocencia y te obliga a verte de frente, sin máscaras.

No todos superan la traición. Algunos se quedan atrapados en el resentimiento, en la amargura. Otros escalan y transforman ese dolor en grandeza.

La traición, entonces, no es el fin. Es un proceso. Un filtro. Un escalón.

Y solo quienes aprenden la lección pueden seguir subiendo.

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