¿Somos libres?. Este es el eterno debate que ni los filósofos más destacados de toda la historia de la humanidad, han logrado resolver. Por ende, reduciremos el concepto a la capacidad de darte el permiso de sentir y hacer lo que quieras, de elegir o, al menos, disfrutar enteramente dicha ilusión.
«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad», dijo mi tío Stan Lee. También compro la idea de Jean-Paul Sartre de que la libertad, va de la mano con la responsabilidad y el compromiso.
¿Qué pinta el amor en todo esto? Partiendo de la idea de que todos somos seres libres, el amor en una relación no debería coartar dicha libertad; más bien, el amor es un potenciador. El amor es el arte y el compromiso de acompañarse mutuamente en un viaje de autodescubrimiento.
Es muy común, si existen inseguridades personales por falta de autoconocimiento, utilizar ese miedo para dictar el comportamiento de tu pareja, para querer cambiarla al no saber aceptar. Aceptar que no somos nadie para intentar cambiar a los demás. Entender que los «defectos» ajenos son un espejo que refleja nuestras propias carencias.
La responsabilidad radica en que, aun sabiendo que tienes el poder de hacer lo que quieras, debes usar tu libertad con sabiduría. Es necesario evitar lastimar conscientemente a tu compañero o compañera de viaje y usar esa herramienta tan poderosa que todos llamamos «comunicación», desde la humildad y la empatía.
Eso es amor.
Obviamente, partimos de la premisa de que la unión se ha producido por elección. No estamos hablando de una elección desde la lujuria, el egoísmo o cualquier otro sentimiento efímero. Estamos hablando de una elección desde la razón, desde la meditación profunda y la decisión de emprender ese viaje que solo la muerte podrá separar.
¿Hasta que la muerte nos separe? Sí, sé que asusta la idea, y más cuando vivimos en una sociedad consumista que premia el cambio de parejas como si fuesen coches. ¿Pero si somos libres? Claro, pero ¿dónde queda el compromiso? ¿Dónde queda la lealtad? ¿Dónde quedan esos valores que nos diferencian de los animales?
¿Realmente somos felices cambiando de parejas cada vez que surge un malentendido? Tengo mis dudas.