Un último suspiro

Un último suspiro, un último perdón, una última traición.

La que más amé, a quien puse por encima, incluso de mi madre, decidió traicionarme. No es que me traicionó, es que yo me traicioné. Confié y fui herido. Me arrodillé para pedir que pensara sobre sus actos. Analógicamente, sería como si una persona a quien tú quieres viene y te acuchilla en la espalda, mientras te da la vuelta y te mira a la cara con compasión porque no sabe lo que hace. Y con cara de confusión, esa persona sigue acuchillándote, acuchillándote y acuchillándote hasta verte sangrar, hasta verte débil.

Sin embargo, decidí seguir los pasos de un corazón lleno de amor herido que decidió acercarse, abrazar a aquella persona que me traicionó, mirarla a los ojos, aunque en esos ojos vi falta de arrepentimiento. Le otorgué mi perdón, aunque creo que lo lanzó al suelo. Eso está bien. No la culpo, porque no sabe lo que hace.

La regalé dos días, y con este último, tres de compasión, de presencia plena, con el fin de aliviar su culpa, de cargarla, para llevarla conmigo. Ella no sabe lo que desea, se está dejando guiar por su instinto, como quien busca el placer, pero no sabe lo que hace. Ya es tarde.

Ahora me encuentro más vulnerable que nunca. Lo he perdido todo. Pero sé que no es el final. Acudí al núcleo familiar por refugio, y esta vez no recibí lo que esperaría de unos padres, algo tan básico como el acogimiento para levantarme, sino lo contrario: rechazo.

No sé a dónde ir, no sé a quién acudir. Acudí una vez a una amiga, le pedí que guardara silencio sobre mi paradero, pero se le fue la lengua. No la culpo. Creo que fue producto de la emoción de poder compartir conmigo, el producto de la ilusión de que por fin yo estaba en su casa, que supuestamente era un ángel. Solo pedí una cosa, pero no la obtuve.

Lo único que me queda son aquellos que, al ver mi perfil digital, me alaban. Dicen que darían la vida por mí. Yo quisiera creerles. Yo quisiera creerles. Seguro que aman a ese personaje con un apodo que representa beneficios, que representa estatus, que representa talento, que representa disciplina, que representa inteligencia. Pero estoy casi seguro de que no aman a Caetano.

Por algún sitio está una niña que pronto cumplirá siete años. Lleva mi apellido y los rasgos de mi cara muy marcados. Esa la amo con el alma. Me veo obligado a irme sin dar explicaciones. Luché por estar a su lado, pero fracasé. Y es aceptarlo.

Es increíble porque en sus ojos veo una magia increíble. El único amor desinteresado y sin ataduras. Veo una niña que desea a su padre cerca. Solo me imagino a los 18 años, ella cantándome la misma canción que le canté yo una vez a mi padre: ¿Dónde está papá?

¿A dónde voy? No lo sé. ¿A quién confío? No lo sé. ¿Quién soy? Aún no lo sé. En todo caso, estoy agradecido. Solo que no más contacto.

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